domingo, 5 de julio de 2015

Érase una vez.

Ella acabó viviendo la historia que una vez, una pequeña brújula tuvo también que vivir:

Había una vez una pequeña brújula. Tenía la capacidad de ser una preciada guía, un faro en la lejanía iluminando la oscuridad. 
Un día llegó a manos de un señor que no paraba de alabarla y decir valiosa que era. Ella creía cada una de las palabras sin darse cuenta de que jamás la sacaba de su bolsillo. Se entregó a él, se dejó caer en sus manos: de verdad quería querer y dejarse querer; pero jamás la usó como algo más que un mero adorno. Estaba ahí para eso, para que alabasen lo bonito que era aquello que poseía aquel hombre, pero que ni siquiera la quería. Nadie veía lo poco que la cuidaban. Vivía amarrada a él, esperanzada de que alguna vez le dejase guiar, pero eso jamás sucedió. Cada vez estaba más triste y apagada...
Un día, simplemente, apareció una más bonita y más grande, y aquel señor que tanto la había elogiado la dejó caer. No se rompió en mil pedazos, pero recuperarse no era sencillo. Creyó que había perdido el norte, pero pronto entendió que realmente lo acababa de encontrar. Por fin se había roto su cadena para nunca más amarrarse a nadie, y si alguien la quería de verdad, se enamoraría primero de sus desperfectos y de su historia, y luego la intentaría arreglar para nunca más dejarla caer.

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