Estaba acostumbrada a huir de una jauría de recuerdos e inseguridades que me perseguía a todas partes hasta que salté al vacío, sin miedo, con la certeza de que aquel sería el final porque hay heridas de las que nunca te puedes curar. Y justo cuando pensé que estaba todo perdido, aterricé en un bote salvavidas. Estaba viejo, desvencijado, a punto de morir, pero me dio esperanza y otra oportunidad en aquel mar de desilusiones.
Pero el bote se hundía y volví a sentir que me ahogaba, y cuando ya creí que todo acababa ahí,
el bote encalló en las piernas de tu isla desierta,
y yo, varada en la arena de tu boca,
me sentí por primera vez en tierra firme.
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